jueves, 2 de diciembre de 2021

Serie de tv: Ichi rittoru no namida (2005)


Basada en una (triste) historia de la vida real, 1 litro de lágrimas fue una serie adaptación de las publicaciones de la vida de Aya Kito quien tuvo la mala suerte de que una enfermedad degenerativa “la escogiera”. 

El legado de Aya Kito durante todo el periodo que padeció la enfermedad se convirtió en un éxito de ventas hasta que llegaron las versiones a la pantalla grande y chica. La serie, de 11 capítulos, es una adaptación en buena parte realista porque nos hace empatizar el drama vivido de Aya Kito a través de la recreación televisiva de la vida de Aya Ikeuchi. 

Si bien el fondo es realista, la forma es ficción dramática. La historia no se recrea en el solo drama fatalista sino que empuja una serie de aristas de la vida de una chica adolescente, quizás idealizada (ya cuando menciona que quiere donar su cuerpo en pos de la ciencia como que es un poco to match), pero acorde a un solo sentimiento: la empatía.

Ichi rittoru no namida o 1 litro de lágrimas comienza por el final. Sabemos cómo va a terminar Aya Ikeuchi desde la primera vez que se cae (y como duele cuando se cae). Y que su destino es sufrir y morir joven. Lo importante en la serie es acompañarla. Ver todo a su alrededor. La ilusión del colegio. El primer amor. La convivencia familiar (mención aparte el papá caricaturesco, merece su propia comedia). Y un etc., de cosas tan negativas como las miradas incomodas al caminar con dificultad o subir al bus, o ejemplificadoras como el rol de la sociedad para aquellas personas que lo necesitan (¿Por qué no somos un poquito como Japón?). 

Hay parte de Aya Kito en Aya Ikeuchi, pero va, televisivamente, más allá y nos conmueve o chantajea con el lazo amoroso. La trascendencia de su testimonio en otras personas que sufren y van a venerarla. Y un mensaje de renacimiento en un lugar donde no derramará más lágrimas.

Siendo televisión japonesa de la época, el viaje ha sido toda una experiencia. En momentos pensaba estar viendo un shoujo. Y es que el comportamiento es casi exacto al de los animes de romance (los clubes escolares son reales). Obviamente, la adaptación pensó que sin una trama romántica no podía funcionar. Y no se equivocó. Si bien el drama es lo esencial, los mejores momentos de la serie lo componen la pareja Aya- Asou. Desde el momento en que se conocen, la lluvia y el viaje en bicicleta, la tarea de darle una motivación de vida a Asou, la confesión y las despedidas con chilladera. 

Un caso parecido es el vínculo con el médico que la trata. Un retrato que no tendría que ser así, ya que los médicos no tienen por qué vincularse con sus pacientes, pero que la televisión siempre ha sabido vender muy bien. La difícil decisión de los hombres de bata blanca por decir la verdad por más dolorosa que sea o la impotencia por no encontrar curas para enfermedades terminales que terminan frustrándolos. Otro satélite que giró muy bien en la adaptación televisiva.

Si el viaje fuera sólo el núcleo central (la enfermedad) o familiar (lo menos trabajado de la adaptación salvo el tema de la hermana que emprende su propio viaje de madurez), quizás no sería tan interesante. Y mucho menos televisivo. La televisión vende fantasía, incluso en ideas basadas en la vida real tan tristes. Pero pocas veces conviven tan bien. Y lo mejor es la imagen que deja la serie sobre Aya Ikeuchi. La transición del partido de básquet donde anota en el descuento cuando el cronómetro marca cero es también el “descuento” de su vida marcado por el interruptor rojo. Solo en esa secuencia ya vivimos la etapa final en la vida de la protagonista (la peor, sin duda). Una elipsis de tiempo (cinco años) que nos ahorran llorar más de un litro de lágrimas. Y que nos deja la sensación de paz, previa a esa última imagen donde ríe y llora a la vez cuando duerme. Y es que eso fue su vida, tanto para la Aya real como para la Aya de la televisión. Y si ya queremos extrapolar esto como un mensaje, podríamos decir que el resumen de la vida de cualquier ser humanos siempre es ese: reír y llorar, pero no importa; lo importante es esforzarse y no quedarse trunco en el pasado ni pensar en el futuro. ¡Vive el presente!

Finalmente, en un Japón tan dado a creer en las reencarnaciones, Aya Ikeuchi se encuentra vestida de escolar y jugando básquet mientras Asou la ve. Fanservice aparte, Ikeuchi sonríe y nos dice ¡Vivid! 

Y es que Aya Kito, a la que conocemos por fragmentos de su diario y fotografías, vivió a través de Aya Ikeuchi, la chica torpe que se caía sin saber por qué. 

Pregunta: ¿Esto tiene manga? Por supuesto que sí.